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El renacer de un pueblo

Cuando muchos veían a su querido terruño como simplemente un lugar de paso, los jóvenes se las ingeniaron para hacer notar la belleza que habita por todas las calles de San Juan de Betulia.

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Ante los ojos de los visitantes que pasaron alguna vez por las calles de un lugar con casas viejas de palma de las que se esperaba desaparecieran para construir nuevas viviendas acopladas a la modernidad que el mundo trae consigo, no quedó más que solo un pensamiento porque la imaginación de otros explotó hasta lograr lo inimaginable. Aquello que ni los más viejos esperaban que sucediera en el pueblito que los vió crecer y envejecer por todos sus años de existencia. Óscar Ortega Gil, un joven que vivió sus primeros años por las calles de San Juan de Betulia y que un día partió de su hogar a seguir sus sueños en París, tuvo que regresar porque la necesidad de reactivar el cariño por su tierra fue más grande que admirar los paisajes tan preciados de la ciudad del amor. Ver el abandono que mostraba el pueblo que lo vió nacer e imaginar el hecho que ni a las autoridades les importaran las condiciones en que estaban; dieron ese empujón para que este joven visionara la Betulia que él y otros jóvenes de este lugar recordarían en muchos años.

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Un pueblo forjado en el siglo XVII; del que se cuenta que sobre él se establecieron pequeñas familias que habitaban en asentamientos cercanos y que quienes vivían de la ganadería y la agricultura fueron los que decidieron que “Caja Afuera” fuese el nombre con el que inicialmente se conociera a este lugar por su ubicación fuera de los montes de La caja, pero, años después por elección de sus habitantes tomó el nombre de San Juan de Betulia y reconociéndose como municipio finalmente el 28 de noviembre de 1968. Algo identificable en éste y en los demás pueblos de la Sabana Sucreña son sus ancestrales casas de palma; es que precisamente son esa esencia que no es fácil de deshacer con el pasar del tiempo. La palma amarga de sus techos y sus paredes de caña para muchos pueden ser solo el hábitat de quienes vivieron años atrás allí, sin embargo, entre esas paredes y sus grandes patios de arena y bareque nacieron historias que hoy en día marcan el sentido de Betulia con el ayer.

Por esto, Ortega con la creatividad que lleva dentro, como si de algo impregnado dentro de él se tratase, decidió que algún día las personas mirarían su bello hogar con unos ojos diferentes y junto a muchos jóvenes cercanos planeó el proyecto del que jamás imaginaron, sacaría a su terruño de las cenizas. Mostrar lo que la gente no podía notar, lo que no se podía percibir a simple vista, pintar de colores la historia y los momentos de aquellos que viven o vivieron en las tradicionales casas de palma, así fue como después de imaginar y  diseñar por varios días, empezaron a convertir su tierra en una galería de arte al aire libre, para que todo el que pasara, se enterara de la verdadera historia que impregna a los residentes de San Juan de Betulia; no obstante para conseguir todo esto tuvieron que recorrer un camino largo, donde persistir con su iniciativa era la máxima prioridad, con la esperanza de tener, el renacer de su pueblo.

 

​Al norte de Colombia, justo en el centro de Sucre, se ubica San Juan de Betulia tal como si fuese el corazón de ese departamento. Como si la historia de resurgimiento que está teniendo hoy día estuviese compaginada con su posición geográfica. Justo allí, en el centro de la sabana sucreña en donde los árboles toman figuras curvas, donde la vegetación es plana y donde el sol se pone en temple, la vida decidió posar su suerte para demostrar que la resurrección no solo es para las personas sino también para los lugares en donde la fe y la calidad de su gente, destacan.

Cuenta la historia que la arquitectura predilecta de la sabana sucreña eran las casas de bareque, con techos de palma a medio hacer y con puertas enmendadas a retazos de madera, misma arquitectura que con el pasar del tiempo solo ha logrado sobrevivir en pocos lugares, pero donde predomina es en suelo betuliano, donde además como todo pueblo y lugar tenía en medio de él una pequeña iglesia junto con un parque en el que los niños solían ir a jugar y pasar el tiempo. Mismos niños que, aunque crecieron y como árboles frondosos dieron sus frutos en distintos horizontes, nunca olvidaron dónde fueron plantadas sus raíces y en sus corazones nunca se deshicieron los momentos de alegría que en su infancia vivieron. Fue así como si de una concientización de la canción “Nació mi poesía” del maestro Jorge Oñate se tratara, Betulia tomó fuerzas para resurgir y no permitir que sobre ella se dijera que ya no había casitas de Bareque; sino que por el contrario fueran estas mismas casas quienes contaran la historia de los nativos de este pueblo sabanero.

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Entre aquellos niños que solían ir a jugar a la plaza de manera natural, se encontraba Oscar Ortega, el cerebro detrás de esta mágica idea que le devolvería la vida a un pueblo que se encontraba en el olvido. Ortega, no dudó en acudir a aquellos niños con los que de pequeño solía compartir y fue así como con la valiosa aprobación de todos se fundó: ‘Amigos del parque’, una organización de jóvenes Betulianos que desde un inmenso amor arraigado en su sabana han decidido dar todo de ellos para que aquel viejo pueblo que, aunque suene engorroso, fue olvidado por su fealdad y en el abandono de los avances hoy estuviese en la cúspide del turismo sabanero.

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Bien cerca de Corozal, la Perla de la Sabana, en predios de Sucre se desenvuelve este cuento que hoy contamos. La historia de este pueblo que según sus mismos turistas hace tan solo unos pocos meses su existencia no era más que por inercia; que solo servía de conexión para pasar a otros pueblos. ‘Los amigos del parque’ eran conscientes de esta situación, ellos entendían la razón por la cual su pueblo estaba en el olvido. Y aunque no querían perder sus casitas de bareque ni que su pueblo se llenara de luces, sus corazones anhelaban que entrar a San Juan de Betulia se sintiera como el sonido del son de un acordeón, tan propio para el nativo y tan acogedor para el forastero.

En aquel desolado pueblo en el que sus habitantes vivían en una simple y desarraigada monotonía, un día como cualquier otro presenciarían un cambio totalmente significativo para sus vidas. Se trataría de una notoria mejora en el parque principal de la plaza, adornándola con flores de todos los colores, largas palmeras y cualquier otro tipo de plantas que embellecieran el triste y pobre lugar, pareciera como si la vida estuviese jugando a favor de aquel terruño y como si el sol hubiese volteado sus rayos a iluminar el corazón de Sucre. Pero no fue simple llegar a esto, tuvieron que pasar por arduos procesos en contra de las máximas autoridades de San Juan de Betulia, hasta que luego de dialogar y llegar a acuerdos con ellos, ‘los amigos del parque’ pusieron en marcha su designio el cual es y será siempre plasmar el amor de sus corazones por la tierra que los vió nacer a través de grandes obras que le dieran una nueva cara a ese pueblo lleno de casas de palma y bareque. 

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Por allí dicen que todos los dichos siempre son bien dichos y hay uno que con firmeza asegura que la unión hace la fuerza; ese valor que bien impregnado tienen los betulianos en su calidoso corazón, esas ganas de poder sentir que su tierra es inmensa y adorable y que por eso detrás de las estrategias de ‘los amigos del parque’ al embellecer San Juan de Betulia; ellos unieron sus fuerzas para recaudar los fondos económicos suficientes para llevar a cabo un sueño que estaba a punto de volverse realidad. Aquí no se trataba de ayudar por obligación, sino de dar con bondad desde lo poco hasta lo mucho que tuviesen; para que así desde pequeños o grandes granos de arena la plaza de aquel viejo pueblo sabanero diera un respiro a gloria y le permitía sembrar esperanza de progreso en el alma inmensa de todos sus habitantes. Ya no era un pueblo con una pequeña iglesia católica, varios kilos de tierra a su alrededor y con bancas de hierro que fingían ser parte de un parque del que solo quedaban recuerdos de lo que alguna vez fue; sino que, desde la calle real, la principal del pueblo, ya lograban sobresalir siete letras grandes que conformaban la palabra BETULIA, con colores fuertes que daban vida y permitían a todo viajero saber que no estaba pasando por un pueblo cualquiera, sino por un lugar que tenía identidad. Y fue así como estas letras llamativas adornadas de flores, palmas y bancas nuevas, lograron ser el primer proyecto materializado de ‘los amigos del parque’ sin imaginarse que se convertirían en un movimiento con revuelo que sembraría entusiasmo y ganas pujantes de ver la vida de otro modo.

Esta es la historia de una tierra grata y honesta, donde las personas tienen su corazón como la inmensidad de la sabana que los rodea y donde sus amplias calles llenas de carteles que incitan a comprar diabolín, que es su producto más vendido, tienen cuentos por contar. Oscar Ortega, Catalina, Mario Torres, Javier Buelvas y otros jóvenes que conforman ‘los amigos del parque’, han sido conocedores de esta aprovechable realidad. Por eso, de manera genuina y usando el desborde de creatividad que en ellos habita, se las ingeniaron pa’ plasmar en las calles de aquel viejo lugar la historia que sus altibajas y curvas calles cuentan.

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Y fue entonces como le dieron inicio a esto, la segunda fase de este mágico proyecto que ellos mismos autodenominaron como ‘La ruta del color’, pero se quedaron cortos con la palabra “color”, porque lo que este proyecto representa va más allá de tonalidades y pinturas, se trata de magia, de belleza, de admirar por horas algo indescriptible como si este pequeño pueblo fuese participe de las historias de macondo que alguna vez escribió Gabo. En cada casita de Bareque propia de Betulia viven familias con fascinantes historias que mostrar. Dice doña Edelfina, una nativa del pueblo, con 103 años, que cuando estaba nueva su labor era hacer colchas con tiras de telas pa’ así, irlas juntando unas con otras y formas una ‘sabanita’ bonita. O los esposos, dueños de la farmacia real, quienes aseguran que la conquista de éstos se dió gracias a la canción “La hamaca grande”, que le dedicaba el hombre a su enamorada. Todas estas historias no solo estaban diseñadas para ser contadas por la descendencia de estas familias, como si se tratara de un mito, sino que ya tenían su gran destino marcado.

“La ruta del color” consiste en pintar más de 80 casas, aquellas que aún conservan la arquitectura típica de esta región, pero no hablamos de pintar solo con un rodillo, sino de convertir estas casitas en un lienzo blanco y plasmar en ellas un diseño único que permita a través de dibujos un poco abstractos, contar la historia de quienes allí habitan. El estilo de las casas es elaborado por Ortega, quien además de ser miembro de la organización es un muy talentoso diseñador gráfico; él se dedica a escuchar las historias de las familias y deja que sobre él se desborde caudalosa y fluidamente la creatividad para elaborar diseños únicos que aparte de embellecer el lugar que lo vió nacer; tengan la capacidad de contar una historia sin precedentes. Es por eso que la casa de doña Edelfina tiene una amplia colcha pintada en su frentero y en la casa que queda al ‘ladito’ de la droguería real hay una gran hamaca pintada a mano alzada que da la impresión de moverse, como dejándose llevar por el oleaje de la brisa.

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‘Los amigos del parque’, querían hacer público este proyecto cuando la casa número diez fuese intervenida y llenada de pintura; pero, como todo lo nuevo atrae, el pueblo sucreño no fue la excepción y cuando apenas se terminaban de dar los últimos pincelazos de la casa número dos, una ola de turistas se lograba ver por las calles de un pueblo que apenas y lograba entender el progreso que estaban apunto de enfrentar. Y esto, solo era señal de algo, San Juan de Betulia logró resurgir cuando nadie apostaba nada a este olvidado terruño.

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Un resurgimiento tal como el que hace el ave fénix o las águilas cuando hacen su transformación, era lo que este lugar necesitaba no solo para ayudar a sus habitantes a cambiar su estilo de vida, sino para beneficiar mayormente a sus comerciantes, quienes sueñan y anhelan desde la inocencia genuina que todos guardamos en nuestro interior, que las pequeñas mesas de madera que van acompañadas de palos con clavos sobre los cuales cuelgan diabolines, galletas, bolitas de leche y cualquier otro manjar derivado de la yuca que se pueda llegar a imaginar; logren convertirse en algo grande, próspero y exitoso.

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Alba Gil, es una de las vendedoras más reconocidas de allí. Tiene su punto de venta justo frente a la plaza que recién fue transformada. Ella es una mujer dócil y con una calidad humana que hasta en sus palabras es posible percibir. Desde sus más íntimos deseos ella espera que el lugar donde hoy día vive pueda salir adelante prontamente y sobre ella recae la confianza que Betulia tiene el potencial suficiente para convertirse en uno de los lugares más turísticos de Colombia. Quizá su esperanza proviene de las ganas de poder dejar atrás la pequeña terraza de muros verdes donde vende sus dulcecitos y pasar a un local propio, porque en realidad es cierto aquello que el amor nos pone a soñar y El cariño que siente por su sabana la hace llenarse de expectativas que espera se vuelvan realidad. Lo que sí es cierto es que denota en sí que logra valorar cada amanecer sabanero como si de una obra de Picasso se tratase. Y es justo el amor de sus habitantes por su pueblo, el que hace de San Juan de Betulia un lugar diferente.

Soñar con los ojos abiertos también es posible e imaginar un mundo perfecto no es cuestión solo para niños, y como para la muestra un botón; la misión de existencia de ‘los amigos del parque’ es un claro símil.  Para estos jóvenes betulianos no hay sueños imposibles de alcanzar por más difíciles que parezcan. Y si, puede que suene una frase un poco cliché, pero, tener la ilusión impregnada en ellos de darle un vuelco total a un pueblo que por años vivió en el olvido, es una historia que suena difícil de creer. Y decir que la transformación de la plaza central y que la ruta del color no son más que el inicio, da la impresión de ser una historia que parece sacada de una telenovela con final feliz; pero, no es más que la realidad absoluta.

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El camino es largo, las metas son incontables, pero hacer de San Juan de Betulia un pueblo del que no quede ni sombra de lo olvidado que fue por décadas es la inspiración de los nativos que hoy lideran este proyecto. Llenar el lugar de grandes trinitarias y altos faroles que por las noches iluminen esta galería de cuentos mágicos; como si de una de las calles de Trinidad y Tobago estuviésemos hablando; es solo la visión más próxima que ‘los amigos del parque’ tienen pensado para el proyecto de crecimiento de este lugar; sobre el cual pronto reposará una tienda ‘repletica’ de recuerdos y regalos pa’ llevar. Este lugar de colección fue pensado como una estrategia económica para el mantenimiento del pueblo que, con mucho esmero de sus habitantes longevos, jóvenes, adultos y niños, abre sus puertas al turismo nacional.

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El corazón de la sabana, el pueblo de soñadores y de personas pujantes, de abuelitos con historias por contar, el lugar que vivió mucho tiempo en el olvido; pero que hoy, la calidad de personas que tiene demuestra que en esta vida jamás habrá imposibles. El pueblo que se adorna con amaneceres y atardeceres sabaneros, que su entrada es tan mágica y acogedora como los brazos maternales, el que tiene mil historias por contar y en el que sus calles solo se respira olor a manjares y diabolines. Es San Juan de Betulia y esta, fue su historia.

El renacer de un pueblo

Por:

Juan Sebastián Córdoba

Mariana Galindo 

Ana Catalina Muñoz

María Gabriela Serpa

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Universidad de la costa

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